¿De qué hablamos cuando hablamos de reforma laboral?
Por Horacio E. Bueno
Estudio Bueno, Rizciman & Louge Abogados

Cuando hablamos de reforma laboral nos transformamos en Nietzscheanos, tomamos el martillo y comenzamos a pensar. Esa forma de filosofar a martillazos que proponía el filósofo alemán es recibida por quienes piensan el trabajo o el derecho del trabajo como que vamos a tomar un inmenso martillo y nos abocaremos a destruir lo existente. Entonces, se habla de luchas obreras, de desigualdad negocial, de nuevas tecnologías, de libertad, de márgenes de ganancia, de “mochila” . Se olvidan los análisis anteriores y se quiere crear un mundo nuevo pero con las bases del existente. Unos parados sobre la propiedad privada y la flexibilidad y los otros sobre los beneficios del estado benefactor. Enarbolan la libertad de un lado y la seguridad del otro, parten de derechos absolutos pero entendidos de manera distinta donde no existe el pensamiento del otro. Olvidamos que los derechos otorgados por la legislación obrera fueron concesiones para mantener otros derechos como la propiedad privada, el monopolio de la fuerza por parte del estado para proteger esa propiedad privada, la paz social y la legitimación de la desigualdad. Hoy, por otros medios, parece que la existencia de la propiedad privada, la lógica de ganadores y perdedores y la existencia de un poder supremo que garantiza la paz, forma parte del sentido común. Esta internalizado en la mente de la mayoría de los ciudadanos. Nadie duda de que la propiedad pertenece a quien la compró, que el dinero es la forma de cumplimiento de las obligaciones, que la policía y la justicia son la autoridad, que el poder político es quien decide el destino. Que existen derechos individuales que deben ser respetados.

 

Ahora bien, asentado sobre estas bases, hoy el poder va en busca de aquello que cedió cuando el fantasma del comunismo acechaba y la anarquía era una posibilidad. Ya no tiene sentido otorgar aguinaldos, vacaciones pagas, seguros contra accidentes de trabajo e indemnizaciones por despido. Hoy se enarbola la bandera de libertad como requisito para generar bienestar.

 

Cuando Nietzsche propone hacer filosofía a martillazos comienza a construir una noción que hoy está muy de moda, luego de Derrida: la deconstrucción. El concepto de deconstrucción es el que mejor traduce la idea de los martillazos nietzscheanos. Por eso, habría que repensar de qué tipo de martillo estamos hablando. Lo asociamos al martillo del doctor, el que golpea la rodilla en busca de reflejos, reacciones. Provoca.

 

La provocación voluntaria o involuntaria es lo que estamos viviendo ahora. Por eso, el martillo se podría transformar, para entender un poco más la metáfora, en destornillador, en una herramienta que nos ayuda a desarmar, a separar, a deconstruir. De ninguna manera destruir, porque destruir es volver a empezar y volver a empezar es rememorar aquellos viejos conflictos que consciente o inconscientemente hemos olvidado.

 

El derecho evoluciona, puede tener avances y retrocesos. Las sociedades cambian. Hoy vivimos un proceso de metamorfosis del trabajo y se cuestionan las leyes que lo regulan. Ante una nueva forma de trabajo aparecen los que piensan que la ley es la “verdad” y que todo lo que no se adecua a eso hay que destruirlo o adecuarlo de manera forzosa y los que, ante la nueva realidad, quieren eliminar la ley.

 

Al aparecer una nueva forma de trabajo, con intermediarios, como es el caso de las plataformas, volvemos a separarnos en bandos con lógica binaria: los que piensan que se trata de relación de dependencia en los términos de la ley de contrato de trabajo y los que entienden que son seres autónomos que prestan un servicio sin ningún tipo de dependencia con terceros.

 

Sin duda debemos deconstruir el concepto de relación de dependencia. El trabajo registrado hoy es un guetto al que muchos quieren entrar y otros buscan evitar introducirse. Trabajadores en busca de beneficios como aguinaldo, vacaciones pagas, obra social, ART, indemnización por despido. Empresarios enojados con la rigidez de la ley tratando de hacer entender que el encarecimiento de los costos laborales conspira contra el precio del producto y torna inviable un negocio ya que los márgenes de ganancia se diluyen.

 

Es claro que hay actores que son ajenos a la relación de trabajo. El consumidor quiere pagar lo menos posible por el producto. No quiere cargar con los costos encubiertos de logística, publicidad, previsión de conflictos laborales, etc. Pero, paralelamente, se da vuelta y si quiere ser protegido por la ley y poseer los beneficios sociales de la ley de contrato de trabajo. ¿Es una doble moral? ¿Dónde está el problema? ¿Vamos hacia un desdoblamiento entre ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda?

 

En algún momento el empleado privado quería ser empleado público ya que trabajando para el Estado tenía estabilidad, no sería despedido. Eso traía algún inconveniente ya que en muchas ocasiones el salario era un poco menor y las posibilidades de progreso se vinculaban solo a la política.

 

Las ansias de progreso y la limitación de las arcas públicas, potenciaron el trabajo privado que, ofrecía estabilidad a los buenos trabajadores, aguinaldo, vacaciones, obra social, ART y, si el negocio no funcionaba o había algún inconveniente, un mes de salario por cada año de trabajo y un preaviso.

 

Luego, la gente  quiso ser empresaria. Nadie que trabaje en relación de dependencia podría ser rico, porque el empleador, al tomar el trabajo, se quedaba con la plusvalía y abonaba solo una pequeña porción al efecto de que pueda cubrir algunas necesidades pera que se vea obligado a volver a trabajar.

 

El ideal de la riqueza, de la libertad, de la sociedad positiva del “sí se puede”, formó la convicción de que se podía llegar a ser rico si se trabajaba un poquito más. Este discurso es tan simplificado que se dificulta analizarlo en pocas líneas, para eso podemos leer al filósofo surcoreano Byung Chul Han.

 

Hoy nos encontramos ante un escenario en el que hay poco trabajo, el margen de ganancia es muy limitado dada la competencia y el achicamiento del mercado, la búsqueda de maximizar los resultados es frenética, hay personas que buscan ser su propio jefe, entienden que parte de su libertad es no cumplir horarios y administrar sus ingresos. Depender de sí mismos.

 

Ese combo se sintetiza en los trabajadores que hoy denominamos freelancers. Los que hacen trabajos de diseño o programación desde sus computadoras, los que manejan una bicicleta o una moto, los que suben videos a Youtube, los que se convierten en influencers, los que venden productos on line sin poseer fábricas o negocios montados al efecto.

 

Visto de lejos parecería un proyecto de supervivencia pero conocemos las historias de los unicornios. Y quien no quiere encontrar uno (azul).

 

La nueva filosofía de la positividad  donde nada puede mostrarse como malo y las redes sociales nos invaden, nos lleva a deconstruir los conceptos. Deconstruir la forma en que pensamos el trabajo y las leyes que lo regulan. Hoy parecería que el beneficiario de las leyes sociales son los trabajadores. ¿Pero es así? ¿Y el poder de dirección y administración del negocio? ¿Las facultades disciplinarias? ¿Cada uno puede hacer lo que quiere? La fijación de conceptos estandarizados del CCT da un marco estable a las relaciones laborales de una actividad. Me explico: permite que las empresas puedan competir en un marco de igualdad, otorga paz social. ¿Qué sucedería si todas las empresas pagan distinto y tienen beneficios distintos? Quedarían expuestos a la fuerza o reclamo de sus trabajadores. El conflicto permanente que queríamos olvidar.

 

Claramente cada empresario se imagina en el escalón más bajo. Pagando poco salario y sin beneficios para poder maximizar su ganancia. ¿Y si no es así? Si le toca perder va a pedir reglas claras, otra vez la regulación. ¿Y si queriendo más se quedan con menos?

 

Me pregunto, ¿queremos volver a que cada beneficio sea el fruto de una lucha individual en el ámbito de la empresa?

 

Hoy, parecería que hay ganadores. Se piensa en las empresas con juicios millonarios, multas, medidas de fuerza de los trabajadores.

 

El estado debería tener un papel de intervención solo para que una parte de la población no se sienta un “gil”. Que quien pagó una licencia de taxi no se sienta un gil ante Uber que recluta choferes sin registro profesional y no necesita una costosa licencia. Que quien tiene una empresa de mensajería habilitada en el ENACOM no se sienta un “gil” ante Rappi, Uber Eat, PedidosYa que no tienen trabajadores ni cumplieron miles de requisitos para lograr la habilitación en resguardo de un secreto postal constitucional que ahora no parece tener tanta entidad.

 

Sin embargo, hay una parte de la sociedad que no está dispuesta a “atarse” a un empleador, que no está dispuesta a “pagar de más” por una entrega, que le parece buenísimo el servicio de una persona “que valora su trabajo”.

 

La sociedad cambia, el consumidor no quiere sentir que quien le trae el producto le hace “un favor”, el trabajador no quiere sentir que si trabaja más es en beneficio del empleador, el empresario no quiere pagar por alguien que no rinde o no trabaja como requiere la actividad o no tener un costo fijo si no tiene trabajo. Quiere poder “deshacerse de los trabajadores”.

 

Sin dudas para cumplir las expectativas es necesario el dialogo adulto y coherente, sin lógicas binarias de todo o nada. La negociación colectiva es una herramienta fundamental que puede fijar límites y transformar la realidad para que las empresas puedan competir sanamente sin desproteger al más débil. Pero para eso es necesario representantes de los trabajadores y de los empresarios que asuman que el dialogo no es para ganar o perder sino para fijar consensos y un estado que busque dar certidumbre sin una lógica regulatoria excesiva con miras recaudatorias únicamente.

 

 

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