Una nota sobre la Economía de la Felicidad y políticas públicas

Por Eduardo Stordeur (h)
Director de la Maestría en Derecho y Economía de la UTDT (*)

 

Introducción.

 

Durante las últimas décadas los economistas de la conducta y  psicólogos cognitivos han coleccionado importante evidencia experimental que desafía la extensión y la generalidad del supuesto de racionalidad instrumental propia de la microeconomía tradicional. Estos trabajos muestran que en muchos contextos las personas son predeciblemente irracionales; es decir, han identificado situaciones típicas en las cuales las personas se desvían de manera sistemática de las predicciones basadas en el supuesto de racionalidad instrumental.

 

Varios experimentos han reportado que diversas descripciones del mismo problema de elección llevan a las personas a tomar  diferentes decisiones, cuando conforme el modelo de racionalidades, estas deberían elegir siempre aquella alternativa que incrementa su bienestar (1).  En este sentido, por ejemplo, se ha encontrado evidencia consistente que muestra que las personas suelen ser demasiado optimistas, valoran exageradamente el status quo, sobre estiman  la probabilidad de ocurrencia de un evento que efectivamente ocurrió o  tienen exagerada valoración por el presente, entre otros varios sesgos de irracionalidad que han sido largamente examinadas en la literatura (2).

 

Los  economistas de la conducta no solo muestran experimentalmente estos sesgos de irracionalidad sino que adicionalmente intentan mostrar funciones de utilidad no convencionales para explicar estas desviaciones del  supuesto de racionalidad instrumental propia de la microeconomía convencional (3). 

 

La economía de la felicidad consiste en una rama de la economía de la conducta que desafía también algunas de las asunciones centrales de la economía tradicional y busca, básicamente por medio del empleo de reportes de utilidad obtenidos en encuestas,  obtener información sobre las preferencias de las personas de una manera alternativa a la (preferencia revelada por medio de la conducta) típica de la economía tradicional. Este enfoque se basa, entonces,  en encuestas donde las personas reportan su nivel de felicidad en una escala finita para luego emplear herramientas estadísticas con la finalidad de establecer correlaciones entre diversas variables y niveles de felicidad.

 

Mientras muchos estudios preguntan a las personas entrevistadas acerca de su nivel de bienestar emocional o bienestar que las personas experimentan en sus experiencias más cotidianas, otros estudios se centran en una dimensión mas general y reflexiva, indagando en torno a la satisfacción general que las personas encuentran en su propia vida.   Esta distinción tiene pleno sentido. No solo tiene consiste en una distinción que tiene antecedentes en filosofía moral, sino que resulta intuitivo que algunas experiencias pueden proporcionar mayor placer emocional pero contribuir poco a la valoración de la vida como un todo y otras, a la inversa, pueden incrementar el valor que las personas encuentran en su vida, pero tener poco peso en la felicidad como placer.

 

Usualmente se examinan variables que presumiblemente tienen peso en la felicidad o satisfacción con la vida, tales como, por ejemplo,  nivel de ingreso, desigualdad, condiciones laborales, estado y acceso a la salud, situación de pareja, tipo de familia y vida social o afectiva, entre otros, aunque la variedad de investigaciones ha alcanzado tópicos bastante especializados y  la cantidad de literatura en este campo es cada vez mayor.  Algunas conclusiones parecen robustas, aun cuando muchas de las centrales en la literatura son todavía disputadas y probablemente deban ser tomadas con mucha cautela.

 

La débil relación entre ingreso y la felicidad declarada es uno de los resultados más polémicos, puesto que los economistas tradicionales asumen que hay una relación positiva entre ingreso y bienestar.El trabajo pionero, que estableció la denominada paradoja de Easterlin (en homenaje a su autor) muestra o parece mostrar que una vez que un país supera cierto nivel de riqueza, incrementos adicionales en el ingreso  tienen  poco o muy poco impacto en la felicidad o bienestar.

 

Este conocido estudio, sobre la base de treinta encuestas practicadas en 19 países  entre 1946 y 1970,  encontró  que las personas más ricas dentro de un mismo país reportan mayor felicidad declarada promedio que las personas más pobres, un resultado consistente con el modelo tradicional. Sin embargo, encontró también que no había una clara correlación entre felicidad declarada entre países y su nivel de riqueza, en particular en países desarrollados.  Aparentemente, una vez que un país supera cierto nivel de riqueza, incrementos adicionales en riqueza tienen  poco o muy poco impacto en la felicidad declarada promedio.

 

Sin embargo, esta débil relación entre ingreso y utilidad declarada o felicidad es controvertida, al menos hasta cierto punto, en la literatura.  Algunos estudios acreditados  muy difundidos han mostrado resultados opuestos. Se ha mostrado estadísticamente que incrementos en los reportes de bienestar subjetivo tienen correlación con incrementos en PBI Per capita (4) e inclusive un conocido estudio reciente, muy difundido,  ha encontrado evidencia que cuestiona severamente la  validez de la paradoja (5).

 

Otro tanto cabe afirmar según el tipo de bienestar reportado. Sobre la base de un examen de más de 450.000 respuestas de ciudadanos americanos elegidos al azar, Kahneman y Deaton concluyen que la riqueza tiene peso en la felicidad o bienestar subjetivo solamente hasta que las personas tienen un ingreso de USD 75.000.  Sin embargo el ingreso si tiene o tendría peso respecto de la satisfacción reportada de las personas con su propia vida. Estos autores concluyen, en suma, que el altos ingresos no compran felicidad pero si satisfacción con la propia vida. Los bajos ingresos, en cambio, tienen o tendrían peso negativo tantoen la evaluación de la vida, como en la satisfacción emocional o subjetiva (6).

 

De modo que hay razones para ser cautelosos respecto de la baja correlación entre ingresos y felicidad o bienestar declarado.  En cualquier caso, hay dos explicaciones favoritas para esta supuesta y controvertida paradoja, que al mismo tiempo constituyen resultados importantes de la literatura que tienen valor teórico independiente.

 

La primera sugiere que las personas valoran la riqueza en términos comparativos a su grupo de referencia.  La segunda, que las personas se adaptan a eventos positivos (como incremento en los ingresos) o adversos (como enfermedades a incapacidades) de una manera completa o casi completa. Conviene comentar cada una por separado.

 

La utilidad que las personas  obtienen del consumo de determinados bienes es relativa a los ingresos y consumo de los demás, en particular del grupo de referencia. La gente, en suma, parece ser menos feliz cuando sus vecinos son relativamente más ricos. Por tanto un incremento igualitario del ingreso tiene poca incidencia en el bienestar declarado de los individuos.  Si esto correcto, buena parte de la búsqueda por incrementar ingresos tienen el indeseable efecto de una carrera absurda en tanto que la ganancia en felicidad de unos tendería a compensarse con la disminución en felicidad de otros (7).

 

Otra explicación importante en la literatura, que tiene valor teórico propio, es que las personas tienen mal o muy mal desempeño prediciendo su futuro bienestar, magnificando el efecto de sucesos tanto positivos como negativos sin tomar en cuenta su alta capacidad de adaptación, en particular cuando estos resultados son ciertos y seguros.   Si las personas se adaptan fácilmente a sus nuevos ingresos, por ejemplo, esto podría explicar la débil relación registrada entre felicidad y riqueza,  que he mencionado.

 

En suma, la variedad de estudios y resultados es muy grande para comentar en este breve trabajo.  Solo como ilustración, antes de una breve reflexión final, vale la pena comentar algunos resultados destacados, muchos de lo cuales ofrecen resultados altamente intuitivos: las personas en pareja estable tienden a reportar mayor felicidad que las personas solas o solteras o que la salud y el empleo tienen efecto positivo sobre la felicidad. O que la vida religiosa activa y la participación en la vida comunitaria tienen también  peso positivo en la felicidad declarada. También la literatura ofrece algunos resultados no muy intuitivos: que la felicidad a lo largo de la vida tiene  forma de  U donde el punto mas bajo gira en torno a la década de los cuarenta y se incrementa con la edad. Y otros bastante igualitarios: que la felicidad reportada se distribuye de manera pareja entre géneros (8).

 

La literatura sobre la felicidad, en cualquier caso, se ha incrementado notablemente durante la última década. La variedad de temas e investigaciones es enorme y en este primer titulo la finalidad es solo presentar apenas algunas de las más extendidas conclusiones.

 

Breves consideraciones finales.

 

El asunto central es que valor deberíamos otorgar a estos estudios en el campo de las políticas públicas y el derecho.  Esto requiere mucho más de lo que puedo hacer en este breve espacio, pero al menos me gustaría dejar sentadas algunas objeciones por las cuales creo deberíamos ser cautos a la hora de emplear estas nuevas herramientas.

 

Una cuestión inicial muy problemática es la complejidad que presenta el término felicidad. No hay  demasiado acuerdo acerca de que debe entenderse por felicidad y probablemente constituya un término demasiado complejo y ambiguo,  que difícilmente sea definible.  Si examinamos la riqueza de las ensayos filosóficos solo queda claro una cosa: que la concepción de bienestar que adopta la economía de la felicidad apenas  captura una parte menor (aunque importante)  de los significados atribuidos al termino. (9)

 

Probablemente, un segundo problema que enfrentan estos estudios es que emplean una concepción demasiado estrecha de bienestar. Mientras la mayor parte de los economistas se centran  en una concepción del bienestar basada en la satisfacción de las preferencias, los economistas y psicólogos de la felicidad adoptan una versión del tipo basada en estados mentales, que son transmitidos por medio de las encuestas.

 

En breve: no es muy claro que solo importen los estados mentales de las personas, es decir sus propias evaluaciones sobre su felicidad.  Las evaluaciones dependen de las perspectivas de las personas y estas  dependen de ciertos eventos que tienen peso independiente de los estados mentales en el bienestar (10).  Puesto en otros términos,  es probable que las personas  adopten una escala de felicidad distinta según sus perspectivas y que estas dependan del contexto.  Probablemente la escala de una persona adaptada a malas condiciones no sea la misma que la escala que emplea la misma persona cuando cuenta con más y mejores alternativas. Es bastante probable que un 7 de una persona esclavizada y sin acceso a derechos políticos no cuente lo mismo que igual calificación de una persona que vive en una sociedad libre con derechos políticos.

 

Por otra parte no es muy claro que estos estudios ofrezcan siquiera una medida única y no contradictoria de bienestar, algo indispensable para su coherencia.  Como he comentado, sucede que estos estudios usualmente examinan la felicidad cotidiana y la felicidad como satisfacción con la propia vida. Si bien ambas definiciones tienen sentido, estas  metas no están siempre positivamente relacionadas, de manera que estos estudios no pueden ofrecer recomendaciones normativas claras.  Hay eventos  (como aparentemente ocurre con el dinero) que pueden tener peso positivo en una noción de bienestar, pero no en otra,  y no es muy claro cual es el relación de intercambio optima  entre sensaciones placenteras y satisfacción con la vida.

 

Por otra parte, parece poco cuestionable que no siempre importa la felicidad total, También importa, por ejemplo, su distribución entre las personas, y también, para el caso, su distribución temporal: seguramente muchas  personas elegirían menos felicidad neta a más felicidad neta, dependiendo de la distribución de esta a lo largo de la vida.  Es probable que una persona racional elija una vida con menor felicidad pero de pendiente positiva a una que “contenga” mayor felicidad pero con pendiente negativa.  Es decir que menos felicidad puede ser más deseable que más felicidad (así entendida), según la distribución temporal (11). 

 

Otro problema es que una esta concepción del bienestar podría admitir emplear a unas personas a favor de otras, algo que usualmente, al menos en muchos casos, consideraríamos poco ético. Si la meta consiste en maximizar la utilidad total, políticas publicas que sacrifican la utilidad de un grupo en beneficio de una mayoría podrían estimarse correctas.  Por ese motivo la felicidad (así entendida) no constituye una meta social que (creo) deba tener  peso propio siquiera como medida apropiada de bienestar y menos aun como concepción de justicia.

 

Por otra parte, las personas difieren entre sí, y aun cuando haya tendencias generales, una sociedad pluralista debería permitir que cada persona explore y eventualmente aprenda de sus errores para lograr la felicidad o, más importante,  que pueda emprender las decisiones que estima llevan a la búsqueda de la felicidad, algo que es más seguro dejar en manos de quienes tienen mejor información contextual: las personas.

 

Otro tanto habría para decir respecto de las conocidas fallas del gobierno: cómo podemos estar seguros de que los funcionarios, quien usualmente buscan metas disociadas de la felicidad, bien común o bienestar de los ciudadanos, no emplean herramientas para lograr otras metas, con incrementar su poder o el de grupos asociados a la política, empleando vagos y usualmente difíciles de medir y controlar en su ejecución, argumentos sobre la felicidad.  Por otra parte, es más fácil medir metas precisas, como cantidad de personas que acceden a salud o educación o crecimiento del PBI, que medir la felicidad, de manera confiable. Y ese problema de medición puede afectar seriamente el control sobre las políticas del gobierno.

 

Finalmente, entre otros, creo que un problema de peso es el método empleado.  Como se ha comentado el método preferido por los economistas de la felicidad para conocer las preferencias consiste en el empleo de encuestas donde las personas reportan acerca de su bienestar subjetivo o la evaluación de su vida. Pero en muchos contextos puede haber una diferencia grande entre lo que la gente genuinamente piensa de un evento o de su propia vida y aquello que manifiesta en una encuesta, del mismo modo que puede haber diferencias grandes entre aquello que las personas dicen que hacen y efectivamente hacen. Las personas podrían contestar  pensando en términos de lo que estiman socialmente  correcto o aquello que tienen casualmente en mente y no en aquellas variables relevantes y  correctas para la evaluación de su felicidad.

 

Un estudio sobre satisfacción con la vida, por ejemplo,  realizado en Texas a 218 mujeres en dos oportunidades, con la sola diferencia de dos semanas, mostró gran diferencias en las evaluaciones.  Esto plantea un problema: si las personas cambian con demasiada frecuencia su evaluación sobre la propia felicidad estos estudios podrían brindar solo información contextual y sesgada de esta parte importante del bienestar. Pero además, sucede, que eventos menores contextuales no relevantes, como el humor, la forma en la cual se conduce el experimento, el modo y hasta el orden en el cual están formulados las preguntas y hasta el clima, tienen efecto en las evaluaciones sobre la felicidad (12).  Por otra parte, hay evidencia que muestra que el  juicio acerca de la propia felicidad  puede ser evaluada de diversa manera según como esta formulada la pregunta u otras variables por completo irrelevantes(13). También hay evidencia de que las personas evalúan o forman su juicio según el grupo de referencia que contextualmente participa de las encuestas o experimentos.(14)

 

En suma, creo que estos estudios tienen el potencial de mostrar,  con bastantes limitaciones, el peso que ciertas variables tienen en una dimensión importante (aunque limitada) de lo que plausiblemente podemos entender por bienestar. Y por tanto puede contribuir a obtener mejor información sobre las preferencias de los individuos, en particular en aquellos casos donde las herramientas de la economía tradicional no son muy fiables. Sin embargo, creo que hay buenas razones para tomar sus conclusiones con cautela, aun a fines simplemente especulativos y por tanto, con mayor razón,  a fines normativos, y en particular cuando desafían nuestro sentido común,  evidencias más relevantes de bienestar y nuestra tradición institucional centrada en amplias porciones de libertad individual.

 

(*) Director de la Maestría en Derecho y Economía de la UTDT.
Investigador Visitante en la UCLA (2015).

 

(1) Según creo, la economía de la conducta ofrece más una colección interesante de descripciones que pueden contribuir a mejorar o comprender los límites del modelo antes que a reemplazarlo. Esta es, probablemente, la visión más extendida.

 

(2) Para un breve introducción a esta rama de la economía, con especial énfasis en el derecho, ver Eduardo Stordeur (h), Análisis Económico del Derecho. Una Introducción. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 2011, pp. 51-55.

 

(3) Para un introducción relacionada al campo legal, ver Christine Jolls, Cass R. Sunstein y Richard Thaler, “A Behavioral Approach to Law and Economics”, Stanford Law Review, vol. 50, 1998, ps. 1471-1550.

 

(4) Rafael Di Tella, Robert J. MacCulloch y Andrew Oswald, “Macroeconomics of Happiness, Review of Economics and Statistics, Vol. 85, 2003, pp. 809-27.   

 

(5) Betsey Stevenson y Justin Wolfers, “Economic Growth and Subjective Well-Being: Reassessing the Easterlin Paradox”,   Brookings Papers on Economic Activity, Vol. 39, 1, 2008, pp. 1–102.

 

(6) Daniel Kahneman y Angus Deaton, “High income improves evaluation of life but not emotional wellbeing”, Proceedings ofthe National Academy of Sciences, Vol. 107, 38, 2010, pp. 16.489-16.493.

 

(7) Ver, por ejemplo, Erzo Luttmer, “Neighbors as Negatives: Relative Earnings and Well-Being, Quarterly Journal of Economics, Vol. 120, 2005, pp. 963-1002.

 

(8) Ver, por ejemplo, Ed Diener y Eunkook Suh, “Measuring Quality of Life: Economic, Social and Subjective Indicators”, Social Indicators Research, Vol. 40, 1997, pp. 189-216.   Tambien, David G. Myers, “The Funds, Friends, and Faith of Happy People”, American Psichologist, Vol.55, 2000, pp. 56-67.  Y Andrew E. Clark y Andrew J. Oswald, “Unhappiness and Unemployment”,   Economic Journal, Vol. 104, 1994, pp. 648-59.

 

(9) Para una crítica filosófica a estos estudios, ver Martha C. Nussbaum, “Who is the Happy Warrior?. Philosophy Poses Questions to Psychology”, en Eric A. Posner y Cass R. Sunstein (eds.), Law & Happiness, Ob. Cit., pp. 81-113.

 

(10) Este argumento tiene solo un parecido de familia con el argumento de Nozick. No afirma que haya otras cosas deseables además de las experiencias, sino que las experiencias dependen de hechos que contribuyen a dar forma a las perspectivas y por lo tanto a los reportes de felicidad de las personas.

 

(11) Para este argumento ver Robert Nozick, Meditaciones sobre la vida, Gedisa, Barcelona, 1989, pp. 79-80.

 

(12) Daniel Kahneman  y Alan B. Krueger “Developments in the Measurement of Subjective Well-Being”, Journal of Economic Perspectives Vol. 20, 2006, p. 6-7.

 

(13) Ver Ver, Norbert Scwharz y Frank Strack, “Reports of Subjective Well-Being: Judgmental Processes and Their Methodological Implicatios”, Ob. Cit, p. 64 -5.

 

(14) Fritz Strack, Leonard L. Martin y Norbert Schwarz, “Priming and Comunication: The Social Determinants of Information Use in Judgments of Life-Satisfaction”, Ob. Cit. 65 y ss.

 

 

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